Educar emocionalmente a los niños y niñas desde la primera infancia es fundamental para que en el futuro lleguen a ser adultos sanos y equilibrados desde el punto de vista psicológico. Si queremos que aprendan a gestionar lo que sienten, tanto las experiencias agradables como las desagradables (que no positivas y negativas), debemos, en primer lugar, ser un modelo de estabilidad para ellos. Es muy posible que muchos de nosotros no hayamos sido educados en el buen desarrollo de la inteligencia emocional, ya que las generaciones anteriores a la nuestra no daban tanta importancia al mundo interior del individuo, pues vivieron circunstancias en las que estos asuntos pasaban a un segundo plano. Pero en la actualidad, numerosas investigaciones demuestran la influencia de una eficiente gestión de las emociones para tener una buena salud mental, así como una vida laboral, familiar y personal equilibrada y feliz.

Pero, ¿qué son exactamente las emociones?

Son reacciones a estímulos internos o externos (pueden originarse a partir de un recuerdo o pensamiento, o venir de una situación vivida por nosotros). En cualquier caso, la reacción fisiológica viene precedida por un pensamiento. Es inconsciente y automática y nos muestra necesidades que tenemos cubiertas o sin cubrir.

1. Las emociones primarias, básicas para la supervivencia

Las primarias son el asco, la felicidad, el miedo, la sorpresa, la tristeza y la ira. Todas ellas conllevan expresiones faciales y corporales, nos sirven para la adaptación y la supervivencia y son universales, ya que se dan en todas las culturas. ¿Por qué nos son tan útiles? Porque nos ayudan a adaptarnos a las circunstancias: el asco nos lleva a rechazar lo que nos puede perjudicar. La alegría nos permite disfrutar, ser receptivos y cargarnos de energía. La tristeza nos conduce a la introspección, a vivir los duelos y a recomponernos. El miedo nos sirve para protegernos, luchar o huir. La sorpresa facilita la atención a lo imprevisto e incluso el impulso de parar para observarlo. El enfado nos muestra que necesitamos poner límites, defendernos de las injusticias y de otras situaciones.

2. La naturaleza de las emociones secundarias

Son la combinación de varias primarias (por ejemplo, los celos son una mezcla de amor, enfado y miedo; la envidia es tristeza e ira, y la indignación, sorpresa e ira). No son iguales en todas las personas, ya que las aprendemos a raíz de nuestra experiencia individual y están influenciadas por la cultura y el entorno. Suelen aparecer a partir de los 2 o 3 años, aproximadamente. Cada una de ellas se puede vivir con distintos niveles de intensidad y la alteración del ánimo que provocan y nuestra reacción son proporcionales a su fuerza.

Cómo aparecen en los niños

Para entender el mundo emocional infantil debemos conocer primero cómo se produce el desarrollo del cerebro. Simplificando mucho la explicación, podemos afirmar que evoluciona de la parte baja hacia la superior y de atrás hacia adelante. El inferior, el que primero prospera, es el que llamamos cerebro primitivo. Cubre las funciones básicas, gestiona las emociones primarias y es el que domina entre el nacimiento y los 2 y los 3 años. El cerebro superior va madurando después —durante los siguientes veinte años, más o menos— y es el que nos va a permitir razonar, tomar decisiones, desarrollar el lenguaje, la gestión de nuestros sentimientos más complejos, las relaciones sociales, la atención, la concentración y otras muchas funciones cognitivas. Así pues, para educar emocionalmente a los niños, debemos tener en cuenta, en primera instancia, las emociones primarias, que son innatas. Después, también las secundarias, que son aprendidas, así como reconocer la influencia del desarrollo del sistema nervioso central y la importancia del nivel madurativo y de la edad del niño. Y, por último, valorar el efecto de nuestra propia personalidad como modelo de aprendizaje en este ámbito.

Estrategias educativas

Las estrategias para educar emocionalmente a los niños y niñas atendiendo a su edad pueden resumirse del siguiente modo:

1. De 0 a 3 años

  • Atender sus necesidades básicas con suficiente diligencia.
  • Generar un sólido vínculo afectivo (apego seguro).
  • Dar seguridad.
  • Aprender a conectar emocionalmente
  • Ofrecer contacto físico.
  • Validar sus emociones.
  • Generar conexión y buena comunicación.
  • Comprender que la emocionalidad en esta edad es muy intensa y difícil de gestionar (llanto, rabietas, sentimientos desbordados).

2. Entre los 3 y los 7 años

  • Invitar a que expresen lo que sienten: se puede usar la expresión verbal o la plástica, a través de dibujos.
  • Practicar yoga o mindfulness adaptados a la edad.
  • Enseñar técnicas de relajación.
  • Explicarles cómo concentrarse con la respiración o la visualización.
  • Utilizar cuentos y películas para hablar de emociones.
  • Mostrar nuestros propios errores y pedirles perdón.
  • Expresar lo que nosotros sentimos de forma controlada y bien gestionada.

3. Entre los 7 y los 12 años

  • A estas edades, su regulación emocional es mucho más amplia y tienen capacidad para racionalizar sus sentimientos.
  • Pueden ajustar las emociones a las demandas de cada situación.
  • La conexión y la comunicación que podemos desarrollar con ellos es mucho más completa, lo que posibilita hablar sobre lo que les altera y cómo se sienten por ello.
  • Estimular su autoconocimiento: ayudarles a poner nombre a la emoción, a gestionarla y a conocer sus fortalezas y vulnerabilidades.
  • Diferenciar entre ser y estar: experimentar un sentimiento es parte de ti, no el todo.
  • Ejercitar la concentración como parte del autocontrol, por ejemplo, a través del dibujo o la música.
  • Mostrar el conflicto como oportunidad de aprendizaje, de conocer los límites de los demás y los propios, además de aprovecharlo como una ocasión para dialogar y negociar.
  • Ayudarles a entender que la emoción es efímera y que, aunque se viva con intensidad, es pasajera. Después de la tormenta viene la calma.

Consejos válidos para todas las edades

Por último, diremos que la base principal para formar un sano equilibrio mental en nuestros hijos e hijas a cualquier edad es ser adultos presentes, comprometidos con la crianza y disponibles para ellos en todo momento. Para ello debemos:
  • Mirar a los ojos.
  • Adaptar nuestro enfoque y las expectativas a la edad del niño o la niña.
  • Tener en cuenta el temperamento y el carácter, tanto el suyo y como el nuestro, que influirán en la emocionalidad de ambos.
  • Mantener nuestro propio ánimo equilibrado, para lo cual es esencial el autocuidado.
  • Enfocarnos en las fortalezas y en el lenguaje en positivo para fomentar su autoestima.
  • Usar el humor como herramienta de acercamiento.
  • Evitar las etiquetas.
  • Reforzar ritmos y rutinas que favorezcan la estabilidad.
  • Alentar las conductas que deseamos incentivar.
Por último, conviene recalcar una vez más que no existen emociones positivas o negativas, sino emociones agradables o desagradables. Deja que tus hijos e hijas expresen todas ellas, dándoles el valor que merecen como indicativo de lo que necesitan en cada momento. Como padres y educadores es muy importante nuestra propia regulación emocional, que nos permitirá ofrecer nuestra mejor versión, ser un modelo estabilidad que puedan imitar. Y enseñarles a identificar y vivir lo que sienten con comprensión y compasión hacia sí mismos y con empatía hacia los demás.
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